Lo que alguna vez fue el Virreinato del Río de la Plata se hallaba dividido en diversas unidades políticas.1815 no había sido un año favorable para los patriotas americanos.
La Banda Oriental era un foco constante de tensión entre la Liga de los Pueblos Libres, el gobierno de Buenos Aires y el Imperio Portugués, que buscaba expandir su influencia colonial sobre el Río de la Plata. Artigas, líder de la Liga, ejercía su autoridad sobre la Provincia Oriental, Entre Ríos, Corrientes, Misiones, Santa Fe y Córdoba. Estas regiones, excepto Córdoba, no enviaron representantes al Congreso en Tucumán debido a que habían organizado su propio congreso el 29 de junio en la localidad de Arroyo de la China.
Paraguay permanecía autónomo y cerrado en sí mismo, inmerso en un proceso de desarrollo autocentrado que lo llevaría en pocos años a alcanzar grandes avances económicos y sociales (los cuales serían desmantelados durante la devastadora guerra de la Triple Alianza).
Por su parte, el Alto Perú era un campo de batalla abierto con el poder realista con sede en Lima, que estaba siendo controlado por las montoneras gauchas bajo el mando de Güemes.
De esta manera, las únicas provincias que finalmente participaron en el Congreso de Tucumán en 1816 fueron Buenos Aires, San Luis, Catamarca, La Rioja, Mendoza, San Juan, Charcas, Chinchas, Mizque, Santiago del Estero, Salta, Córdoba y Tucumán.
Es importante considerar 1816 como un hito significativo en el camino hacia la emancipación sudamericana, pero no como el nacimiento de una nación que aún no había recibido el nombre de Argentina, ya que el Acta del Congreso se realizó bajo el nombre de “Provincias Unidas en Sudamérica”.
Las tumbas del Inca se conmueven
Cuando los europeos llegaron a estas tierras, no encontraron un continente vacío, sino habitado por una rica diversidad de pueblos con expresiones culturales propias. El grado de complejidad social de algunos de estos pueblos los llevó a organizarse en forma de Estado, como fue el caso del Imperio Inca. Sobre las vastas extensiones del Tawantinsuyu Inca, los españoles establecieron, mediante la conquista, los Virreinatos del Perú y del Río de la Plata, así como la Capitanía General de Chile. A lo largo de trescientos años, Sudamérica se fue moldeando en una cultura mestiza.
La influencia de los pueblos originarios era tal que el Acta de Independencia fue redactada en español y traducida al quechua y aimara para poder ser leída frente a criollos e indígenas.
La traducción del Acta no fue simplemente una formalidad o una cuestión de estilo, sino una decisión política de los congresales. La cuestión indígena tenía tanta importancia que, durante los debates sobre la forma de gobierno a adoptar, se consideró la posibilidad de establecer una monarquía constitucional con algún descendiente noble inca con sede en Cuzco. Este plan fue promovido por Belgrano y respaldado por San Martín y Güemes, pero enfrentó la oposición de los sectores que abogaban por una república centralista.
El Estado Nacional argentino que finalmente se consolidó hacia 1880 lo hizo después de la derrota del federalismo, la destrucción de Paraguay y la subyugación de la Patagonia y el Gran Chaco, donde aún persistían formas autónomas de organización indígena. Sobre esta base y el flujo migratorio europeo en el siglo XX, se construyó el relato oficial de la Argentina como un país blanco, proveniente de la inmigración europea, el granero del mundo y con una Buenos Aires comparada con la París de Sudamérica. Esta narrativa oficial, en consonancia con un Estado conservador que reflejaba los intereses de la oligarquía agraria, ocultó durante décadas el mestizaje cultural, el sincretismo religioso y los diversos proyectos de organización social que se entrelazaron y proporcionaron el contexto en el cual se desarrollaron nuestra Revolución y Declaración de Independencia.
La historia nos enseña que no puede haber cambios profundos sin el protagonismo popular que les dé sustento.
Bolívar y San Martín utilizaron los Andes como eje central de un proyecto de emancipación y unidad continental. Sus tropas estaban compuestas mayoritariamente por hombres y mujeres de los sectores populares, conocidos entonces como “plebe” o “el bajo pueblo”. Aunque las élites ilustradas ocupaban los puestos de poder, fue la labor del pueblo organizado la que garantizó la emancipación.
Así, en cada etapa de nuestra historia nacional y latinoamericana en la que se avanzó en derechos y justicia social, fue gracias al pueblo. Sin él, cualquier aspiración de bienestar material y paz social es efímera.
En la Argentina actual, es importante volver la mirada hacia nuestros orígenes y reflexionar sobre el futuro que queremos construir. Y sobre todo, comprender que sin la participación organizada del pueblo, no hay posibilidad de una verdadera tarea emancipadora que perdure en el tiempo.